Estábamos en Ubatuba, estado de San Pablo, Brasil, cuando nos surgió la idea de visitar los Esteros del Iberá en camino hacia la provincia de Buenos Aires. Ya casi en la frontera con Argentina hicimos una escala de dos días en la siempre agradable ciudad de Foz de Iguaçu.  Aprovechamos para visitar el Parque das Aves. Y al día siguiente, luego de muchas horas inmóbiles dentro del auto, llegamos a la ciudad correntina de Mercedes, ya a tan sólo 120 km del Portal Laguna del Iberá. La ciudad nos deprimió un poco, quizás producto de la mala elección de hotel que hicimos. A lo mejor me equivoco, y esta ciudad tiene algún atractivo turístico, pero no lo vimos.
Hoy, 1º de agosto de 2019 transitamos los 120 km que nos restaban hasta nuestro objetivo. Algo más de 40 km perfectamente pavimentados. Luego unos pocos km en obras, con sus clásicos desvíos. Y luego el camino de tierra y piedra, por momentos amenazando aflojarnos los tornillos, del auto y los nuestros. Muchos pájaros en el camino. De pronto, llegamos al centro de interpretación del parque. También en obras. Pero vimos el inicio de un sendero, y allá fuimos. Poca fauna, muchos árboles con su cartelito con el nombre. El recorrido no es muy largo. Decidimos ir a buscar hotel. Cruzamos el precario puente de metal y madera tamborilleando con nuestras ruedas en las tablas, y encontramos la oficina de turismo. Donde no tenían un mapita con los hoteles ni info impresa. Como el pueblo es muy pequeño, no nos importó y salimos a recorrer las opciones hoteleras. Que sí, que no, que estamos completos. En una hosteria bastante linda y prolija, quedaba un cuarto. Después volvemos, dijimos. Visitamos la mejor posada, renombrada en artículos turísticos, no tenemos cuarto. Volvemos a la hostería anterior. Lo sentimos, se ocupó el último cuarto. Ya preocupados ante el temor de tener que dormir en el auto, visitamos un hotel muy pobretón, no nos decidimos. Habíamos salteado al menos dos. Uno, cerrado. Al segundo intento encontramos nuestro alojamiento, Irupé Lodge. No es económico, pero nos ofrecen un paquete de dos días, con todas las comidas y tres excursiones. Haciendo unas cuentas rápidas, nos pareció adecuado el precio. La habitacíon grande, bien calefaccionada. Nuestro almuerzo nos encantó. Por la tarde con nuestro guía Martín, partimos para la excursión a pié. Que consiste en recorrer los senderos vecinos al centro de interpretación. Volvemos a caminar el sendero Carayá, el que habíamos visitado a la mañana, al llegar. Pero, oh sorpresa, bajo la tutela del dedo señalador de Martín vemos infinidad de detalles que más temprano no habíamos ni sospechado. Los monos carayá no nos prestaron ninguna atención, ni los carpinchos, así que los vimos cuanto quisimos. La caminata continúa a lo largo de los otros dos senderos. Vemos muchas aves, ya que estos senderos no discurren por la selva, como el Carayá. Mientras, Martín nos va relatando su vida de paisano y de albañil exilado del pueblo, su regreso al pago y su reconversión a guía turístico. Finalmente volvemos al hotel para remolonear hasta la hora de cena, otra vez muy buena y bien presentada. El mozo, otro lugareño reconvertido, nos sirve la bebida por la derecha, el morfi por la izquierda y todo eso.
2 de agosto de 2019 – Colonia Carlos Pellegrini – Copioso y demorado desayuno, a las once nos espera la excursión en lancha. Otra vez aparece Martín. Somos los únicos ocupantes de la lancha. Yo feliz por esto, odio las preguntas estúpidas de los turistas, me alcanza con mis preguntas estúpidas. Cruzamos el puente (por debajo, claro), y nos presentamos al control de lanchas que hacen los guardaparques. Ningún paseo puede durar más de una hora y media. Navegamos placenteramente, a veces impulsados por una caña tacuara que empuña Martín. Entre las islas flotantes, vemos ciervos, yacarés overos, yacarés negros, yacarés recién nacidos, garzas moras, garzas comunes, una boa, chajás, biguás, ipacaás. Todos parecen tener una distancia de seguridad menor a la que tienen en otros lugares poblados de humanos. O así se nos ocurre, carentes de rigor científico. La hora y media se acaba prontamente, y volvemos al embarcadero del hotel. Almuerzo, muy a nuestro gusto nuevamente. Algo de siesta, y nueva salida en lancha. Esta vez sin Martín. Pasamos una vez más por debajo del puente, para el control de lanchas. Pero esta vez retornamos, y volvemos a cruzarlo. Navegaremos del lado del parque nacional. Agregamos a nuestra colección de avistajes una familia entera de carpinchos, un ciervo macho, algunos pajaritos de nombre enseguida olvidado. Reincidimos en la observación de los infaltables yacarés, que nos matan con su indiferencia. Una vez más la hora y media pasa volando, aunque sea navegando, una vez más saludamos al controlador de navegaciones, y una vez más ponemos los pies en el embarcadero. Paseamos a pié por el pueblo, vimos una hermosa puesta de sol sobre los esteros y llegó la hora de cena. Felices sueños, mañana habrá que manejar muchas horas hacia el sur.