Si alguien visita Mostar, es a causa de su puente. En mi biblioteca duerme desde hace unos cuarenta años «Un puente sobre el Drina» de Ivo Andric. Me lo regaló un vendedor de libros, que según recuerdo era serbio, o croata, o algo así. En aquella época eran todos yugoslavos, y uno no tenía idea de las profundas diferencias que guardaban entre ellos. Viene a cuento, porque aquel puente fue destruido por completo durante la guerra de los noventas. Era, y ha vuelto a ser, símbolo de la unión de culturas. Curioso puente, a gran altura sobre el río Neretva. La lectura del libro me hizo desear visitar Mostar, hasta que en algún momento caí en cuenta que el libro no tenía nada que ver con el puente de Mostar, y que el río Drina no tiene nada que ver con el río Neretva, salvo que ambos están en el mismo país. Como planeamos visitar el Cañón del Tara en Montenegro, quizás conozcamos el tal Drina, o al menos un importante afluente.
Aún siendo una reconstrucción, su forma original, su lustrosa piedra, o alguna otra cosa muy difícil de percibir, hace que el puente inspire cierta mística. Quizás la propia imaginación. El pueblo es agradable, tranquilo, y las partes que recorremos los viajeros es pequeña, y como es de imaginar, llena de comercios a la pesca de los dineros de los turistas. Eso sí, los imanes para la heladera, merecerían figurar en el libro de los recordes a la fealdad.
Del lado occidental del río hay más iglesias, y del lado oriental más mezquitas, pero las hay conviviendo una cerca de la otra en ambos lados. A mi forma de ver las cosas humanas, excelente convivencia de dos gigantescas fantasías. O de dos terribles errores. Algunas mujeres pasan con su ropaje musulmán, otras luciendo las partes de su cuerpo que creen más atractivas. Los hombres no parecen tener diferencias. A unos y otras no se les entiende una palabra. Dicen que desde la parte plana del puente, sobre el ápice del arco, algunos arriesgados se lanzan al río. A pesar de la baranda, al contemplar la altura, e imaginar a los clavadistas, sentí un raro vacío a la altura de la entrepierna.
Ahora algo así como una bitácora: Llegamos el 27 de septiembre de 2017 desde Makarska, agradable ciudad balnearia de Croacia. El viaje por la costa dálmata fue espectacular, con el mar casi siempre a la vista, y desde Ploče hasta Mostar bordeando el río Neretva. Apenas llegados, caminamos hasta el puente, y, hambreados, nos sentamos en el restaurante Sadrvan. Comimos el «Nationaltna plata» gigantesca bandeja para dos personas que trae un poco de cada cosa de los platos nacionales. Muy turístico, seguramente no existe en el menú diario de las familias. Mucho ćevapi, y otras cuantas cosas. Acá pongo un link al famoso ćevapi, para que internet les cuente con más destreza que yo qué es el bendito ćevapi, que todo turista debe probar en Bosnia-Herzegovina. La cerveza local se llama Mostarsko. Entre comida y paseo se fue el día. Por la noche no hay mucha vida, salvo en las cafeterías, donde uno toma esta bebida en la calle, cómodamente sentado, mirando a los demás. Compramos pasajes en la autobusna stanica, que en Croacia era la autobusni kolovdor y en casa sería la terminal de autobuses. Mañana visitaremos Sarajevo, volveremos por la tarde. Pasado mañana nos vamos de Bosnia, con destino a Budva, en Montenegro.