23 de abril de 2025 – Manuel Antonio – Este nombre algo confianzudo corresponde a el que quizás sea el más hermoso de los parques nacionales de Costa Rica. No es muy grande (al menos la parte abierta al turista), pero es bonito de verdad. Hoy temprano estábamos en Montezuma, en la Península de Nicoya. Seis y media, con madrugón previo, subimos al bus local, que sacrificadamente y sin rehuir los abundantes baches, subió hasta Cóbanos, ciudad donde nos transladaron a otro bus, que cumplió la misión de depositarnos en el puerto de Paquera. Allí nos esperaba el ferry Tambor II, de la naviera Tambor. Tambor es una playa famosa de la península, lástima, no la conocimos. Otra tranquila singladura, igual a la anterior para ir hacia Montezuma, y aportamos en Puntarenas. La terminal de buses está alejada, un taxi. Que nos dejó en otra terminal, la de los buses a San José, no la que buscábamos. Con la asistencia de un borrachín, nosotros, una muchacha argentina y un gringo con cara de no entender nada, llegamos a la terminal adecuada, una vereda en la puerta de un bar. Quizás por eso el borrachín sabía de su ubicación. Buen bus, nos dejó en Quepos, ciudad aledaña al parque nacional. Apenas llegados subimos a un bus local, cien metros de caminata y estamos en el hotel Millenium. Habitación gigantesca, dos camas ultra king size, balcón con algo de vista a la playa.

24 de abril de 2025 – Manuel Antonio – Horario de entrada al parque reservado: Las 10:00. Hay que reservar online, en el sitio del SINAC. Completo desorden en la entrada, a los grupos con guía los hacen entrar cuando su guía quiere, los individualistas entran cuando sobra tiempo. Feo, pero nos permite observar y apiadarnos de las pobres ovejitas, a los que les gritan en inglés cuándo entrar, qué hacer, para dónde mirar, cuándo reírse. Allí nomás hay un perezoso, se lo ve a simple vista. Todos queremos verlo, todos conseguimos dolor de cuello y con algo de imaginación distinguimos una pata o algo así. No es un animalito afín a la actividad, hace honor a su nombre, y esto dificulta mucho verlo. Ahora estamos en el sendero paralelo al principal. Alcanzo a ver un ciervito, pero sin mi cámara, que murió al inicio del viaje, apenas consigo una foto de su trasero con el móvil. Llegamos al finísimo itsmo del parque, con su sendero «El tómbolo» que separa las dos playas que son la imagen del parque. Cada una mira a rumbos opuestos. Por allí hay un mirador, Gloria sube. Yo miro a Gloria, desde abajo. Hay un inicio de otro sendero, que va hasta Punta Catedral, en el extremo de la península. Dificultad anunciada: Alta. Veremos. Escalones y escalones. Un mono nos acompaña a lo largo de la baranda. Cuando no hay baranda, apenas un cabo, sigue lo más campante sobre el cabo. Nos mira con cara de enojado, debe ser porque somos una especie de monos muy fea, que encima resopla por subir una pendiente que para él es ridícula. Nos sigue o bien nos indica el camino, según se le antoja. Hasta que se harta y nos deja solos con nuestros agónicos resoplidos. Bonito camino, desde sus partes altas hay maravillosas vistas. Cuando ya no damos más, aparece la playa de la que habíamos partido. Llegamos astutamente a la conclusión de que habíamos dado la vuelta completa. En el camino de regreso a la entrada hay revoltijo de monos jóvenes, es divertido verlos, los contemplamos un buen rato. Volvemos al hotel destrozados. Mañana nos tocan varias horas hasta San José, aunque hemos planeado alojarnos de nuevo en Alajuela, y desde allí visitar San José.