3 de abril, miércoles – Entre Flores y Lanquín – Casi todo el día viajando. En un bus turístico, casi todos gringos. El chofer, o bien conversa con su novia, o por teléfono. El chofer, su novia y nosotros dos somos los únicos hispanoparlantes, sin contar a los habitantes del teléfono. Cada 5 minutos aparece un poblado, una aldea, un caserío. En todos hay un templo, cuando no hay dos. O tres. He anotado algunos nombres: iglesia el ancla, iglesia presbiteriana jesús el camino, iglesia bautista el arca de salvación, templo adventista católico, templo bautista capernaum, iglesia nacional evangélica menonita monte sinaí, iglesia del dios de la profecía universal, iglesia de la menorá (supongo aceptan judíos), templo adventista católico bautista, templo aceptamosefectivochequesytarjetas. No pongo mayúsculas, aunque se trate de estafadores mayúsculos. En Sayaxche, un río sin puente, hay una balsa que no inspira ninguna confianza, allá vamos un par de buses, un camión, algunos autos. Estamos encerrados en el bus, nadie pensó en bajar a los pasajeros. Por seguridad ¿Viste? Luego de unas siete horas, llegamos a Cobán. El bus nos deja en la puerta de un Macdonal, dice que 45 minutos. Evitamos entrar a la catedral local del capitalismo. Recorremos el shoping próximo buscando algo para comer. Sólo Pizzajut. Sí, se escribe distinto, what´s the trouble my friend. Al final compramos dos sanguchitos en el mardonal y los comimos afuera. Perdón San Ernesto Che Guevara. A la hora larga apareció nuestro bus, y en otra hora larga para 50 km llegamos a Lanquín. Nos atacan en la parada los promotores de camionetas y tuktuks. Tanto molestan, que decidimos caminar hasta nuestro hotel. Cinco minutos y encontramos el Hotel Rabín Itzam. Que es como el pueblo, bastante deteriorado. Tenemos una cama, baño privado con puerta que no llega al cielorraso, y un ventilador. Fuimos a comer al Restaurante Kalula, aquí nomás. Pinta muy modesta, aunque intenta parecer lindo. Fajitas de carne de res con verduras saltadas y pommes de terre frites. No es lo que dice la carta, dice patatas fritas. Las guarniciones posibles son cuatro, se permite elegir dos de ellas. Lo atienden unas muchachitas risueñas, vestidas a la usanza local. Todas las mujeres del pueblo visten con sus ropas típicas. Una falda en colores obscuros, que llaman «corte» en castellano, y algo como una cruza de poncho con blusa en colores fuertes. Esta prenda se llama huipil en nuestro idioma y algo así como too ohjoó en lengua de la señora que nos enseñó. Se reía cuando yo trataba de pronunciar eso, quizás era otro el significado por causa de mi pronunciación. Finanzas del día: El hotel cuesta Q 300 la noche, la comida con cuatro cervezas Q 200. Las guías dicen que nada se puede pagar con tarjeta, no es así.
4 de abril de 2024, jueves – Lanquín – Hemos despertado con lluvia, decidimos demorar la visita a Semuc Champey, esperando que mejore el clima. Aprovecho para escribir la bitácora del viaje. Las personas no hacen el viaje, el viaje hace a las personas, dice algún escritor mejor que yo. Hoy, el viaje hace a las personas mojadas. Como se trata de bañarse en unas pozas de intenso color turquesa, no será tan grave mojarse en los 11 km que hay hasta allí. Mojarse, porque el viaje se hace en camionetas, con los pasajeros en «palangana» es decir, en la caja de la picó (pickup). — Lapso hasta el regreso.— Finalmente a eso de las 10 de la mañana montamos en la caja de una camioneta. Nos sacudimos agarrados de la jaula una parte del camino. Por suerte, una buena parte está en proceso de pavimentación. Al llegar el conductor intentó cobrarnos Q 35, cuando habíamos pactado en el hotel Q 25. Hubo discusión. Le ganamos por cansancio. Pagamos la entrada, Q 50 por extranjero. Iniciamos el sendero, y a poco apareció el sendero al mirador. El cartel decía 500 metros, media hora. Demoramos 45 minutos hasta la cima. Calculo 150 metros de desnivel. Llegamos muy estropeados al mirador, y completamente húmedas nuestras camisetas. Damos pena. La selva, la humedad, el calor y el ascenso, todos juntos, no son para cualquiera. Las mejores fotos son desde el puto mirador. Iniciamos el descenso, no menos cansador, y al rato metimos nuestros delicados piecitos en el río Kahavon de Semuc Champey. Es hora de decir que Semuc Champey significa «Donde se esconde el río». Hay un sumidero, donde el río desaparece. Las pozas turquesas son alimentadas por pequeños cursos de agua que bajan de otros lugares. Las fotos son más elocuentes que estas frases. Nos bañamos un buen rato. En la salida nos encontramos una vez más con el conductor anterior, esta vez intercambiamos unas frases agrias y pactamos con otro para el regreso. Son las cuatro de la tarde. Estamos tratando de aguantar el hambre hasta que anochezca. Eso sucede a las 18 horas y unos minutos. ¿Reicidiremos con las fajitas, que estaban deliciosas? No se pierdan el próximo desperdicio de palabras, desde Panajachel.